Para escuchar la voz de Dios en el desierto debo entrar en mi propio desierto

La cuaresma es el tiempo propicio para abrir nuestros ojos
y contemplar la realidad a través de las promesas de Dios.
No es tiempo de negatividad, sino de creatividad.

Fecha de publicación:
23 | 2 | 2024
Imatge
Desert

El evangelio del primer domingo de Cuaresma era programático. Marcos es breve, conciso, casi telegráfico, pero denso, muy denso: A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» (Mc 1,12-15).

El Espíritu empuja a Jesús al desierto. No va a él; es llevado a él. Ahí estaba entre los animales salvajes, imagen del temor, el miedo, la inseguridad..., y resistiendo las embestidas del espíritu del mal que pretende apartarle de su misión. Con todo, en esta lucha no está solo. El Padre, que lo ama y se complace en él, está a su lado. El evangelista nos lo dice con la expresión "y los ángeles le servían".

Demos ahora un salto a la primera lectura. Es de sobra conocido que la primera lectura apunta al evangelio; salvo en contadas ocasiones, siempre hace referencia a él de una u otra manera. Sin embargo, este domingo no parece que sea así, al menos a primera vista. Habríamos encontrado acertado un texto que hablara del desierto. ¡Hay tantos! Se habla del desierto en el libro del Deuteronomio, en Oseas, en el propio Isaías, entre otros muchos. Ahora bien, la liturgia, en lugar de hablarnos del desierto, nos presenta un texto del Génesis, ¡mira por dónde! Un texto donde leemos: «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra». (Gn 9, 9-10).

Si a un primer vistazo esto puede sorprendernos, una mirada más atenta nos muestra un hilo conductor entre ambas lecturas. En el Génesis se nos presenta el proyecto de Dios: una tierra que es un jardín, lugar donde el ser humano debe realizarse en armonía con Dios, con los demás y con la creación. Pero la ambición, el orgullo, la rapacidad, la reticencia a aceptar unos límites convertirán el jardín en desierto. Basta con leer atentamente los primeros capítulos del Génesis; y no lo encontramos solamente aquí, ya que va apareciendo a lo largo de la biblia y, si tenemos los ojos bien abiertos, veremos que alcanza hasta el día de hoy. Sí, el ser humano transforma, ayer y hoy, el jardín en desierto; por eso tendrá que adentrarse en él –con todo lo que supone de conciencia y de conversión–, para volver de nuevo a la situación original. Abraham atravesará un desierto hasta llegar a la tierra; el pueblo de Israel, al salir de Egipto, deberá cruzar un desierto lleno de tentaciones hasta poner pie en la tierra prometida. Después del exilio, el pueblo recorrerá de nuevo el desierto antes de recomenzar de nuevo su relación con Dios y con la tierra. En esa formidable maqueta que nos presentan los once primeros capítulos del Génesis, ya se nos dibuja este proceso.

Podemos ver cómo en los primeros capítulos se rompe la relación con Dios (Gn 3), y con el hermano (Gn 4), fracturándose también la buena relación con la tierra: Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.» (Gn 4,10-12).

Sin embargo, Dios, después de hacer un reset con el diluvio, vuelve a reinicializar su proyecto de vida en Gn 9. La primera lectura nos lo recuerda. Hay que prestar atención a un detalle: la alianza no se hace únicamente con los humanos, sino con 'todos los seres vivos de la tierra'.

Van encajando ambas lecturas. Jesús va al desierto porque en su persona Dios vuelve a estrenar su Proyecto, su Alianza. Allí Jesús lucha contra las fuerzas del Mal que, ayer y hoy, son contrarias a este proyecto de amor y vida. Y acto seguido, el Espíritu que le empujó al desierto le lleva a Galilea para anunciar la Buena Nueva de Dios, un Dios dispuesto siempre a empezar de nuevo. Esta es la gran noticia.

Entrar hoy en la Cuaresma, empujados por el Espíritu, significa 'despertar', abrir los ojos y el corazón ante una tierra devorada por la sequía, una tierra empapada de la sangre del hermano, una tierra convertida en desierto porque hemos olvidado que la Alianza se hace "con todos los seres vivos de la tierra". Los agricultores ya han hecho sonar la alerta. ¿Les haremos caso?

Si queremos, de verdad, vivir la Cuaresma, ayunemos de contaminación, de derroches de energía, de ambicionar cosas superfluas, y abstengámonos de discusiones, luchas y rencores con hermanos y hermanas, compañeros y compañeras, a fin de llegar a la tierra prometida del Reino de Dios, un Dios de Vida que tiene para los humanos un proyecto de vida; proyecto que nos propone, pero que no nos impone. ¿Qué haremos? Está en nuestra mano. Cuaresma, tiempo de desierto, tiempo de discernimiento, tiempo de cambios radicales, tiempo de volver a Dios, a los demás y a la Tierra.