I SHALOM, LA PAZ, EN LOS TEXTOS DE LA BIBLIA

Al leer los textos bíblicos podemos percibir cómo la expresión de “shalom” es un elemento habitual en las fórmulas de saludo. Para saber cómo está una persona, cómo se encuentra, todavía hoy se le pregunta: “¿Cómo está tu shalom?1” . Esta fórmula, usual y familiar, se halla emparentada, en su fuente inspiradora, con otra expresión bíblica muy conocida: “El Señor está contigo” o “El Señor esté con vosotros”2. .

Fecha de publicación:
12 | 7 | 2021
Imatge
natura

I.1 Aspectos más remarcables

a) La paz en el ámbito individual

Encontramos una significación similar en los saludos de despedida: “Vete en paz” o “Podéis ir en paz”3. . Más aún, “morir y ser sepultado en paz”4  tiene un matiz religioso análogo: significa que una persona ha vivido acompañada de la bendición y protección divina hasta el último momento de su existencia terrenal. A modo de ejemplo, podemos ver cómo se nos dice que Abraham, después de una larga vida, llegó al final en paz

Finalmente, la paz es concordia en una vida fraterna, amistosa, cuando un familiar mío, una persona amiga, es “persona de mi paz”5 ; Esto entraña confianza mutua corroborada con un pacto o alianza o con una relación de buena vecindad 6. Según el Antiguo Testamento, esta situación es fruto de la bendición divina. Los autores bíblicos ven, en la paz individual y familiar, el reflejo de la paz que Dios concede a su pueblo:

    Bendígate Yahvé desde Sión, 
    que veas en ventura a Jerusalén todos los días de tu vida,
    y veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel!  (Sal 128,5-6)

Esta convicción arraigará tanto en la fe del pueblo de Dios que la falta de esta paz, una vida llena de contratiempos, será considerada un escándalo hasta suscitar el problema sobre el sufrimiento del inocente, tema que encontramos ampliamente desarrollado en el libro de Job    

b)  La paz en el ámbito político y social

La paz no se limita al ámbito individual o familiar; la misma tribu o todo el pueblo pueden gozar de paz o verse privados de ella. La paz con el mundo exterior implica no sólo la ausencia de guerra sino también la ausencia de todo aquello que pueda suponer una amenaza o que la pueda hacer tambalear. La ausencia de guerra no es el equivalente a la paz simplemente, sino que es tan sólo su condición indispensable.

Más aún, no es suficiente con una seguridad exterior porque la paz, en su valor global más auténtico, puede verse sustancialmente amenazada o comprometida por el desorden interno del pueblo, denunciado generalmente como falta de justicia. Este aspecto aparece, reiteradamente, en los textos proféticos. La aportación del profetismo al tema de la paz es muy relevante

c) La paz, un don de Dios7 :

Yahvé te bendiga y te guarde;
ilumine Yahvé su rostro sobre ti y te sea propicio;
Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz.» (Nm 6, 24-26)

Tres versículos con dos súplicas en cada uno de ellos. La triple repetición del nombre de Dios es intencionada puesto que se quiere dejar bien claro quién es el autor de esta bendición. Ver la luz de su rostro equivale a hacer experiencia de su benevolencia, de su bondad, de su gracia. Este hecho tiene una consecuencia: quien confía en Yahvé puede dormir en paz:

En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, 
pues tú solo, Yahvé, me haces vivir tranquilo. (Sal 4,9)

Pero se trata de un don que hay que pedir confiadamente y, a su vez, cultivar diligentemente con la práctica de la justicia. Los profetas de Israel nunca separan el ámbito político y social del religioso. Consideran la paz en su globalidad y tienen como punto de partida el don de Dios y la necesidad de acogerlo responsablemente. De ahí que encontremos reiteradamente las siguientes denuncias: falsas alianzas internacionales con las que se pretendía aportar seguridad en momentos de crisis8; falta de justicia en las relaciones internas, entre los miembros del pueblo9 así como la superficialidad sacrílega de un culto meramente formal; mucha solemnidad externa en las celebraciones, pero sin coherencia interna entre lo que se celebra y la vida que se lleva. 

De ahí viene la fuerte resistencia que encuentran los profetas, tanto por parte de los dirigentes políticos, inmersos en sus propios intereses, como por parte de los ricos terratenientes, llenos de ambición, o de los sacerdotes que –demasiado a menudo– veían hipotecada su libertad debido a su sumisión a los poderosos de turno, sin pasar por alto al propio pueblo, víctima de la codicia de bienes ilusorios y efímeros. Los profetas no se cansan de repetir una y otra vez que la justicia es la fuente de la que debe brotar la verdadera paz:

Al fin será derramado desde arriba 
sobre nosotros espíritu. 
Se hará la estepa un vergel, 
y el vergel será considerado como selva.
Reposará en la estepa la equidad, 
y la justicia morará en el vergel;
el producto de la justicia será la paz, 
el fruto de la equidad, una seguridad perpetua.
Y habitará mi pueblo en albergue de paz, 
en moradas seguras y en posadas tranquilas. (Is 32, 15-18).

Este tema lo encontramos desarrollado, de manera especial, en el Segundo y en el Tercer Isaías, así como en Jeremías cuando se dirige, de parte de Dios, a los exiliados de Babilonia: «que bien me sé los pensamientos que tengo sobre vosotros - oráculo de Yahveh - pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza11» . Esta paz de la que se habla, no es sólo la seguridad o el bienestar, por muy espléndido que aparezca; se trata de un bien tan preciado, que su realización no puede ceñirse simplemente al ahora y aquí de un determinado momento histórico. Esto nos lleva al siguiente punto

I.2 La paz en la esperanza escatológica

Esta paz, en su plenitud, sólo puede ser el resultado de un don del mismo Dios. Esta convicción se pone de manifiesto en la fe de los creyentes del Antiguo Testamento, ya desde épocas muy arcaicas y se fundamenta en la certeza de que Dios es un Dios que puede hacer mucho más de lo que nosotros podemos pensar e incluso soñar.

a) La paz final y su descripción.

A partir de aquí, a través del largo y accidentado camino de la historia religiosa del Pueblo de Dios, vamos descubriendo, poco a poco, gracias a la labor profética, una dimensión de paz  repleta de esperanza. Y, dado que la realidad concreta de esta paz definitiva escapa a la experiencia directa, no puede ser definida con demasiada precisión. De ahí que el profeta recurra a imágenes simbólicas llenas de poesía:

Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh 
será asentado en la cima de los montes 
y se alzará por encima de las colinas. 
Confluirán a él todas las naciones,
y acudirán pueblos numerosos. Dirán: 
«Venid, subamos al monte de Yahveh, 
a la Casa del Dios de Jacob, 
para que él nos enseñe sus caminos 
y nosotros sigamos sus senderos.» 
Pues de Sión saldrá la Ley, 
y de Jerusalén la palabra de Yahveh.
Juzgará entre las gentes, 
será árbitro de pueblos numerosos. 
Forjarán de sus espadas azadones, 
y de sus lanzas podaderas. 
No levantará espada nación contra nación, 
ni se ejercitarán más en la guerra.
Casa de Jacob, andando, y vayamos, 
caminemos a la luz de Yahvé.  (Is 2,2-5)

 En medio de la escena se nos presenta la unificación religiosa de los pueblos en torno a Jerusalén. Este tema se convierte en dominante en el Tercer Isaías que lo presenta tanto al inicio como al final. Se presenta esta unificación como la base de la renovación final del mundo entero..

 Leemos en el salmo 37: “Disfrutarán de las delicias de una paz insondable” (Sal 37,11).. Esta paz es presentada como la suma de los bienes que uno puede disfrutar: una tierra fecunda, comer hasta saciarse, vivir en seguridad, dormir sin temor, triunfar sobre los enemigos, tener descendencia... Podemos ver cómo la paz, lejos de ser tan sólo una ausencia de guerra es plenitud de vida..
Ahora bien, si la paz es fruto de la justicia, ¿Cómo pueden estar en paz los impíos? Esta pregunta tan neurálgica va surgiendo a lo largo del proceso de fe que hace el pueblo de Dios. Y la respuesta que en cada momento se irá dando, irá mostrando cómo la paz, concebida en primer lugar como felicidad terrenal, va siendo cada vez más espiritual.

Más adelante, la reflexión sapiencial abordará la cuestión de la verdadera paz. El problema de la retribución sólo quedará plenamente resuelto con la fe en la vida más allá de la muerte. Leemos en el libro de la Sabiduría: «las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno. A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto; se tuvo por quebranto su salida...» (Sab 3,lss). Esta situación escatológica a la que el texto hace referencia, no es más que el resultado de la confianza que el justo puso en Dios durante el tiempo de su vida terrenal, confianza que también entonces generaba una auténtica paz interior.

b) La paz mesiánica..

Es importante darse cuenta de esa corriente que vincula esta paz final con la persona y la obra del mesías. El profeta Miqueas dice que "Él será la paz", pero este vínculo entre el Mesías y la paz se encuentra acentuado en la literatura isaíana donde se presenta al Mesías como "el Príncipe de la paz"; su dominio estará caracterizado por una paz sin fin. La presentación es idílica: la naturaleza y los humanos vivirán armónicamente; los humanos, los dos reinos separados se reconciliarán y las naciones vivirán en paz... 
 Ahora bien, no podemos pasar por alto un detalle muy significativo en el libro de Isaías: este evangelio de la paz se llevará a través del justo sufriente (Is 53,5). Sobre él descansará el Espíritu del Señor y su sufrimiento nos habla del precio de esa paz. Entonces, toda herida será curada12, la paz se derramará como un río, y la gloria de las naciones como un torrente desbordado13. .


II. LA PAZ EN LOS TEXTOS DEL NUEVO TESTAMENTO

II.1 La paz de Cristo

La esperanza de un mundo en paz anunciada por los profetas se hace realidad en la persona de Jesús. Si tomamos uno de los Sinópticos, a modo de ejemplo, podemos ver cómo Lucas, de forma especial, nos lo presenta como ‘rey de la paz’. Ya en el momento  de su nacimiento los ángeles lo cantan al anunciar paz al mundo: "Gloria a Dios en lo alto del cielo, y en la tierra paz a los hombres que él ama". (Lc 2,14)
Este mensaje será repetido por unos eufóricos discípulos que celebran a Jesús como rey al entrar en Jerusalén montado en un pollino: Decían: «Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.» (Lc 19,38). En boca de ese rey pacífico los votos de paz terrenal se convierten en Buena Noticia, anuncio de salvación. Jesús le dice a la mujer con pérdidas de sangre: «Hija, tu fe te ha salvado. ¡Vete en paz!» (Lc 8,48) Y con estas palabras le devuelve la salud mostrando así su poder sobre la enfermedad. Con las mismas palabras se dirige a la pecadora arrepentida invitándola a reconciliarse consigo misma. Siguiendo su mandamiento, también los discípulos deberán ser portadores de la paz y la salvación de Jesús si quieren seguir el camino del Maestro.
   Pero esta paz no es ni mucho menos la pax romana, sino que más bien la altera: “¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? Os aseguro que no. He venido a traer división” (12,51). Según el sentir del evangelista, Jesús no vino sólo a destruir la guerra, sino a traer el shalom de Dios que emana de la paz de la Pascua: “Mientras hablaban de esto, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: –Paz a vosotros”. (Lc 24,36)
Este shalom es muy superior a la pax romana.
 Al apóstol Pablo le gusta enlazar, en los saludos de sus cartas, la gracia y la paz mostrando así el nexo existente entre la paz y la salvación. Según el Apóstol, Cristo es el artífice de la paz ya que es él quien reconcilió a los dos pueblos uniéndolos en uno solo: Porque él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad.  (Ef 2,14)

   Este shalom, regalo del Resucitado, es esa paz cósmica anhelada y anunciada por los profetas; aquella armonía que Dios tenía proyectada ya al inicio de los tiempos: 

Dios quiso reconciliar por él
y para él todas las cosas
pacificando, mediante la sangre de su cruz,
lo que hay en la tierra y en los cielos.  (Col 1,20).

    Es aún más explícito el autor del cuarto evangelio. Él, al igual que Pablo, está convencido de que la paz es fruto del don de Jesús: Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.» (Jn 16,33). Pero esta paz, como encontramos también en los Sinópticos, nada tiene que ver con la paz de este mundo, con la pax que defendían los romanos; la paz que ansiaban algunos de los contemporáneos de Jesús..

    En los momentos críticos, cuando la tristeza invade a los discípulos, a punto de ser separados de su Maestro, Jesús los serena y los conforta con el viático de su paz: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14 ,27). Una paz emparentada con su victoria sobre el mundo y el pecado; por eso Jesús, una vez resucitado, se aparece a los suyos llevando la paz: Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.(Jn 20,19-22).

   Ahora bien, si el pecado es vencido en él y por él, también hay que decir que mientras no llegue el día de la plenitud escatológica de la venida del Señor Jesús, la paz es un bien que hay que esperar. El mensaje profético conserva, pues, su valor. Con todo, no podemos esperar la paz con las manos en los bolsillos. La paz sigue siendo un don que hay que pedir pero que es necesario trabajar; sólo desde aquí tenemos derecho a esperarla.

II.2  La paz del discípulo de Jesús

El cristiano, arraigado en esta esperanza del don pleno y definitivo de Jesús, se enfrenta al compromiso de realizar aquella bienaventuranza pronunciada por el Maestro en el Sermón de la Montaña: «Dichosos quienes trabajan por la paz: ¡Dios les llamará hijos suyos!» (Mt 5,9). Trabajar por la paz significa actuar como hijos de Dios, seguidores de Jesús de Nazaret. El cristiano es aquél, aquella, que se compromete con todas sus fuerzas en la lucha contra el mal, en la tarea de establecer aquí en la tierra la concordia y la paz, en plena sintonía con lo que ya decía Isaías: «El fruto de la justicia será la paz; la calma y la seguridad serán para siempre su cosecha» (Is 32,17). Éste es el mensaje que proclama la Biblia desde la Antigua a la Nueva Alianza, desde los Sinópticos hasta Juan, pasando por Pablo.

Sólo el reconocimiento universal del dominio de Cristo en todo el universo, en su venida definitiva, establecerá la paz definitiva y universal. (No con una justicia o con grandes proyectos de una paz a la medida de intereses partidistas). La Iglesia, que está o debería estar por encima de las distinciones de raza, clase y sexo, debería ser, ahora y en todo momento y lugar, signo de paz entre los pueblos según el sentir de Pablo: «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28).

Resumiendo:

Aspectos más destacables de la paz en el Nuevo Testamento

El sentido fundamental de εἰρήνε en el NT –traducción de shalom– expresa el don global, definitivo y supremo que Dios hace a los hombres por Jesucristo. De ahí que tanto el Padre como el Hijo son definidos, de algún modo, como "el Dios de la paz" que encontramos en la carta a los Romanos, y "el Señor de la paz" que encontramos en Tesalonicenses. De manera más gráfica todavía, Pablo afirma de Cristo: "Él es nuestra paz" porque es Él quien "hace la paz" en perfecta consonancia con el profeta Miqueas
  

 Una paz plena y definitiva

Como ya insinuábamos antes, esa paz no puede ubicarse en un nivel puramente político. El mismo Jesús lo deja claro al afirmar sin tapujos que "su paz" no elimina la tribulación. Por tanto, se trata de una paz que sólo se encuentra en Él. Una paz que debe empezar en el interior de cada uno, de cada una:: "Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos". (Col 3,15).
 También en la carta a los Corintios se nos dice que la paz es la primera gran vocación: "Dios os ha llamado a vivir en paz" (1 Co 7,15). En la carta a los Romanos esta paz se nos presenta unida a la “vida” en tanto que es salvación: Los intereses terrenales llevan a la muerte, mientras que los del Espíritu llevan a la vida y a la paz. En efecto, gracias a ella surge en el cristiano y la cristiana, la verdadera vida que emana del Espíritu: "Que El, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo". (1 Te 5,23).

Los frutos de la paz.

De esta armonía fraterna derivan los frutos del Espíritu que, según Pablo, son: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad... La armonía del shalom en el cristiano no es un bien intimista, sino que se encamina a la construcción de la comunidad. Esto significa que los cristianos son aquellos que, habiendo acogido el don divino de la paz, se convierten en promotores y operadores según la línea marcada por la carta de Santiago: 

"En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz" (St 3,17-18)

Esta realización de la paz empieza por una firme voluntad de querer vivir en paz con los demás, actitud que viene expresada, en algunos textos, con el verbo εἰρήνεύω, 'vivir en paz, pacificar',  verbo que aparece en Marcos al hablar de la importancia de la “sal”. Es bien conocida aquella frase de Mateo: «Vosotros sois la sal de la tierra» . Pues bien, Marcos, en un momento en que aparece Jesús enseñando a los discípulos, dice: «Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.» (Mc 9,50).

Exhortación que encontramos reiteradamente en la doctrina apostólica

« Por lo demás, hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.» (2Cor 13,11) «Si es posible, y hasta dónde dependa de vosotros, estad en paz con todo el mundo.» (Rom 12,18).

Por tanto, la paz es un don que tenemos ya en germen, pero que hay que cultivar, aquí y ahora, en el compromiso del día a día, a pesar de ser conscientes de que su plena realización sigue siendo todavía objeto de esperanza para quienes vivimos en el tiempo..                            

 

1. 2Sa 18,32; Gn 43,27.

2. Jc 6,12; Rt 2,4; cf Sal 129, 7-8.

3. Ex 4,18; Jt 18,6; lSa 1,17.

4.Gn 15,15; 2Re 22,20.

5. Sal 41,10; Jr 20,10..

6.Js 9,15; Jt 4,17; 1Re 5,26; Lc 14,32; Ac 12,20.

7. Ya en los inicios de la historia bíblica podemos ver a Gedeón construyendo un altar a «Yahvé Shalom:(Jc 6,24).

8. Cf. Os 7,9-11.

9. Cf. Mi 3; Is 58.

10. Cf. Is 1,11-17; Am 5,21ss.

11.. Jr 29,11; 33,9.

12. Cf. Is 57,19.

13. Cf. Is 66, 12; 48,18; Zac 8,12.