DESPERTAR ESPIRITUAL EN NUESTRO TIEMPO

Este espacio quisiera propiciar algo parecido a un viaje, un descubrimiento que no consiste tanto en encontrar nuevos lenguajes como en tener nueva mirada. Como decía Etty Hillesum: "Yo no sabía acceder a la vida que había en mí". Nos preguntamos mucho cómo encontrar a Dios y, con demasiada frecuencia, Dios llama a la puerta, pero nosotros no estamos en casa; estamos dando vueltas por la periferia con nuestra mente y no estamos presentes. Y Dios siempre es presencia. ¡Ignorando a Dios no podemos saber que somos imagen suya y entonces perdemos la identidad!

Fecha de publicación:
25 | 1 | 2024
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Una mirada atenta a nuestro entorno nos muestra que —en medio de un materialismo y consumismo asfixiantes—, descubrimos una insatisfacción, un anhelo de felicidad, expresado de diversas formas. Todo esto es un síntoma del anhelo de trascendencia que late en nuestro interior. Como ya anunciaba K. Rahner, en los últimos años de su vida, va emergiendo el amanecer de una nueva sensibilidad en lo que se refiere a la dimensión mística del ser humano.

Muchas personas canalizan esta inquietud con formas y métodos que, a lo largo de los años, ha conservado la espiritualidad asiática. Yoga, zen, Mindfulness o atención plena, son herramientas suficientemente conocidas en nuestra sociedad, sobradamente racionalista, para encontrar la paz, la armonía y el equilibrio emocional. Esta sabiduría oriental proporciona una vía de acceso al Absoluto a partir de nuestro cuerpo. Ya decía un sabio hindú que el primer paso para la vida espiritual se halla en la respiración. Esta experiencia religiosa está muy extendida y goza de popularidad en nuestro tiempo. Su expresión en la literatura y en el cine lo confirman[1]. Esta experiencia es a menudo descrita como un sentimiento de unión, un sentido de totalidad, de una vida más plena.

También podemos constatar cómo en las últimas décadas, tanto en Norteamérica como en Europa, ha hecho acto de presencia un acentuado interés por los místicos de tradición cristiana, desde Santa Teresa de Jesús[2], pasando por Edith Stein y la propia Etty Hillesum; algo que va acompañado de un redescubrimiento de la Palabra Dios. Este interés espiritual surge de una exigencia de interioridad y de una vida más auténtica; vacíos que se llevan dentro y que la sociedad consumista no ha podido llenar porque la civilización industrial nos ha traído muchas cosas positivas, pero también ha propiciado la masificación y manipulación de las personas, generando, a su vez, mucha soledad.

La nostalgia de Dios es previa a la fe. Es como la memoria, un poco nebulosa, de algo que hemos perdido y que buscamos sin saber muy bien qué buscamos… Necesitamos despertar a lo que ya somos. En la medida en que se está presente se es profundo. Lamentablemente, con demasiada frecuencia la ausencia es nuestra ordinaria manera de vivir. La mente nos aleja de la profundidad porque la mente no es profunda; puede hablar de profundidad, pero no realizarla. Sólo el silencio puede llevarnos a ser lo que somos en realidad.

​Occidente ha frustrado al ser humano en su desarrollo espiritual. Se orientó la educación a organizar el mundo visible, así como la relación del hombre y de la mujer con el mundo, pero ha ignorado esa parte de Misterio que somos.

La experiencia del Trascendente se ve propiciada por experiencias diversas enmarcadas ya sea en la naturaleza, en una liturgia religiosa, ante una obra de arte, un poema, una pieza musical o la belleza en sentido amplio. Despiertan mucho interés experiencias en lugares de desierto, espacios de silencio o ciertos lugares de oración, como Taizé. A partir de aquí se puede prestar atención a la belleza de las cosas, al misterio de la persona humana, al valor sagrado del silencio y a la vida que late en nuestro interior. Todo ello nos ayuda a sentirnos personas vivas y humanas. Estas experiencias vienen a ser una reacción a la sociedad unidimensional, racionalizada, masificada en la que nos vemos inmersos.

Cuando prestamos atención a nuestro interior, emergen cuestiones que evidencian una necesidad profunda de esta vida interior, porque como decía Jesús, citando al Deuteronomio, «No sólo de pan vive el hombre; no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahvé» (Dt, 8,3). No podemos vivir sólo volcados hacia el exterior si no queremos correr el riesgo de confundir intensidad emocional con vida plena.

Podemos ver cómo esta vida interior se expresa, en primer lugar, en la capacidad para formularnos preguntas a nosotros mismos: –¿Qué busco en realidad? ¿Por qué cuesta tanto ser feliz? ¿Qué sentido tiene esto que hago? Interrogantes que vienen a ser como el eco de la gran cuestión: «¿Quién soy yo, en verdad?». Esta cuestión es crucial. Ya Platón escribía: «No vive una vida humana aquél que no se pregunta sobre sí mismo». Es precisamente ese reto el que abre paso a la vida interior.

Estamos llamados, por tanto, a entrar en nuestro interior si queremos tener éxito como personas. Decía Miguel de Unamuno que cuando nacemos Dios planta un secreto en el fondo de nosotros mismos que, como una semilla, se debe ir desvelando a lo largo de los años; pero nuestra realización como criaturas, creadas a imagen y semejanza del Creador, no es un hecho automático sino que es una tarea, una misión que pide un proceso nada fácil pero ciertamente apasionante; un viaje, no exterior sino interior. Viaje que pide fortaleza para afrontar algunos acontecimientos de la vida, retos, dificultades que se nos presentan: una enfermedad que me roba la vida, la pérdida de un ser querido; un divorcio que me parte por la mitad, la pérdida de un puesto de trabajo o una jubilación que me cuesta aceptar. Situaciones que no son sencillas, pero si conseguimos integrarlas, nos aportan madurez al brindarnos ocasión de reflexionar sobre aquello realmente importante; aquello que puede dar sentido a nuestra vida y un día también a nuestra muerte. Para realizar este proceso, este recorrido, creo firmemente que la Palabra de Dios nos puede ser de gran ayuda.​

 

[1] Un buen ejemplo de este anhelo de armonía y trascendencia que se palpa en nuestro entorno lo encontramos en una serie de películas que fueron populares en su tiempo: Las nueve revelaciones (2006), Conversaciones con Dios (2006), El delfín, la historia de un soñador, (2009) Avatar, (2009), Come, reza, ama (2010) ...

[2] Una prueba de ello es el interés que ha despertado la película “Teresa” de Paula Ortiz, estrenada en 2023.